21 diciembre 2006

CUENTO DE NAVIDAD

Recuerdo lo nerviosa que estaba mamá por aquellos días. Se movía sin parar, de un lado a otro y se enfada más de lo normal cuando mis hermanos y yo, como hacíamos siempre, correteábamos alocadamente, chillando y empujándonos. Papá hacía tiempo que había desaparecido, nada sabíamos de él, aunque yo intuía que nada bueno le había pasado y que mamá lo sabía, pero nunca nos decía nada, de todos modos nosotros éramos muy pequeños cuando ocurrió y casi no teníamos recuerdos de él. En la casa de al lado los papás de nuestros vecinos miraban a sus hijos con una infinita mirada de tristeza, la madre se quedaba quieta en un rincón durante horas, la cabeza gacha pero sin perder de vista ni uno solo de los movimientos de sus hijos, el padre andaba entre ellos, intentado poner orden en sus juegos. En alguna ocasión escuché a mi madre y a la vecina comentar, mientras nos observaban: ¡Qué lastima de nuestros hijos! Si supieran lo que les espera. Y hablaban de algo que estaba por llegar. Pero como yo no sabía lo que nos esperaba ni sabía qué era aquello que estaba por llegar continuaba con mis cosas.
Entonces vinieron unos hombres; se pararon ante la puerta, mi madre nos mandó a un rincón, se puso delante de nosotros y los miró desafiante. La mamá de nuestros vecinos gimió, sus hijos, asustados, se apretujaron contra ella mientras el padre defendía la puerta sin atreverse a enfrentarse a aquellos hombres. Se acercaron a nosotros riendo y gritando, nos cogieron, también a los vecinos, a todos nos metieron en un camión. Mi madre chilló y chilló y aquellos hombres la apalearon y de un empujón la metieron en casa y cerraron la puerta. La mamá de los vecinos se fue a un rincón y bajó la cabeza, como siempre había hecho, su papá golpeaba la puerta que los hombres habían cerrado; mientras el camión se alejaba yo podía escuchar los gritos de mi mamá y los golpes secos que el papá de mis vecinos daba contra la puerta cerrada; luego sólo pude escuchar el motor del camión y la respiración asustada de mis hermanos, de mis vecinos y la mía, todos acurrucados en un rincón. Desde el cubículo del camión sólo podía ver el cielo, se hizo de noche y entonces llegamos a una ciudad, ya no podía ver el cielo, sólo un millón de luces de millones de colores de millones de formas. Por todas partes se oían canciones sobre un niño recién nacido, hablaban de su madre y de los regalos que recibiría. Escuché una palabra: Navidad. Recordé que eso era lo que mi madre había dicho que estaba por llegar, pero no entendía por qué le daba miedo, a pesar de lo asustados que estábamos todo lo que estábamos viendo nos parecía muy bonito.
El camión paró de repente, nos sacaron a estirones y nos metieron en un lugar frío, oscuro, escuché de nuevo los chillidos de mi madre multiplicados por mil, yo también chillé al sentir como me pinchaban con algo, un intenso dolor y después nada.
Ahora estoy en una casa, también aquí hay luces de colores y canciones sobre ese niño que hablan de paz y amor. Hay mucha gente y niños curiosos mirándome, se acercan a mí y me tocan con el dedo índice y sus mamas les regañan. Realmente no sé que está pasando; no me puedo mover, estoy sobre una mesa , junto a mi hay algo que me recuerda a uno de mis vecinos, pero no puedo reconocerlo; la gente se empieza a sentar entorno a la mesa y hablan de lo buenos que deben estar el cordero y el cochinillo, me temo que se refieren a mi vecino y a mí, pero no estoy seguro, también podríamos ser otras cosas que no dejan de nombrar: ostra y centollo o cava y vino o turrón y mazapán…..o paz y amor o puede que seamos el niño Jesús y la virgen María. Se desean Feliz Navidad. Ahora empiezo a entender el temor de mi madre ante lo que nos esperaba, pero ya no estoy a tiempo de huir.

1 comentario:

Alvaro dijo...

Desde luego, siempre hay otra manera de ver las cosas. Buen post.

Saludos