20 diciembre 2007

Cuento de Navidad

Siete meses han pasado desde la última vez que escribí algo y no ha sido por pereza...


¡Qué asco! Todo lleno de sangre. Por el espejo del armario resbalan pequeños trozos ensangrentados de lo que antes fue un cerebro. ¡Quién lo diría! Descienden lentamente como la baba cristalina de un bebe por la comisura de los labios. Sin prisa. Ya no hay prisa. Lenta es también la música que suena, sin conciencia del estado de las cosas ¡hermosas notas para morir!

Chup... Chup... Chup... Gotas de sangre espesa recorren el camino desde la herida hasta la punta de una guedeja de pelo, se desprenden y caen unas sobre otras. Podría ser hermoso, pero no lo es, la muerte casi nunca lo es. ¡Pero esa coreografía sanguínea...! Las brillantes gotas rojas adaptando su forma a cada parte del recorrido, en perfecta redondez o en sutil estiramiento, la caída desde la punta del pelo hasta el mar rojo de la alfombra, Esther Williams no podría superar un salto tan perfecto. Lástima el color oscuro del edredón, la sangre luce más reposando sobre tonos claros. Tampoco el rojo del traje ayuda mucho, pero sí los anchos ribetes blancos empapados del color de la sangre, color que se difumina al acercarse a los bajos hasta quedar en diminutos puntos rojos, enormes contra el inmaculado fondo blanco.

- La ventana de la habitación de matrimonio estará abierta. No tendrás ningún problema para entrar - le dijeron.

- Otra casa. Más dinero - pensó.

En una sola noche podía conseguir la cantidad necesaria. Ahora, sobre la cama, la cabeza reventada de un disparo; se acabó. Todo se acabó. Antes de llegar aquí había estado en tres casas, aun le quedaban varias más y el tiempo, el impaciente tiempo, le empujaba a correr.

Entra por la ventana, da un traspié, algo cae al suelo rompiéndose sonoramente; tantea la oscuridad ¡Maldita sea!, el equipo de música. Suenan las notas de Bach. De repente una luz cegadora, un giro rápido, no puede ver nada, pero sí oír. ¡BANG! El eco del disparo se impone en la habitación, luego el silencio de la música. Un pequeño grupo de personas se agolpan en la puerta.

- Pero... ¿Qué es esto? ¡Dios mío! - pregunta la esposa.

- Un ladrón. Le he disparado - contesta el marido.

- No, ¡por Dios! Es... es el de la agencia - grita la esposa.

- ¿Agencia? ¿Qué coño de agencia? - grita el marido.

Los invitados, sin atreverse a cruzar el umbral, empujan, se agachan, se estiran, no quieren perderse detalle. Murmuran, susurran: ¡Qué horror! ¡Qué espanto!

Qué cosas tiene la vida. Qué cosas tiene la muerte. Ellas lucen hermosos trajes de fiesta, ellos están impecables dentro de sus smokings. ¡Cuánta elegancia para un velatorio improvisado! Si pudiera verse, si pudiera verlo su madre. Pobre mamá, quién le comprará ahora la secadora. ¡Con la maldita humedad la ropa no se seca nunca!

- Era la sorpresa para los niños - solloza la esposa.

- Pues la sorpresa se la ha llevado él - comenta alguien, y alguien más no puede reprimir una risita ante la vil ocurrencia.

- Y ¿cómo iba a saberlo? En esta casa a mí nadie me cuenta nada - se lamenta el esposo.

- Si es que nunca me escuchas cuando te hablo. Sólo tienes oídos y tiempo para tus cosas...

Y la pareja discute sobre un tema sin importancia, mientras el chico de la agencia, con su traje de Papá Noel, deja correr su sangre sobre un lecho de lujo, igual que aquellos de las películas: “Dormir en una cama de esas debe ser la hostia”, decía.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues si te has bloqueado, no vuelvas a hacerlo, que uno se bloquea aún más; ánimo que pinta bien..

Landahlauts dijo...

Ay la pereza!!!