10 abril 2007

Penélope en el Paseo de los Tristes

Era una mañana de domingo, el sol invitaba a salir. Me fui a pasear con unos amigos y nos sentamos en un rincón del Paseo de los Tristes. Al momento me fijé en una mujer mayor, aunque de edad incierta. Con andar torpe se acercaba hacia nosotros. Llevaba una chaqueta de lana, mal abrochada, una falda de estampado multicolor, unas zapatillas de felpa rosa con una enorme margarita amarilla y unos calcetines de algodón, que me llamaron la atención por su perfecta blancura a pesar de no ser precisamente nuevos. Se sentó junto a mí para pedirme algo de dinero, según decía tenía una nietecita a la que no podía comprarle pañales; no se porqué metí la mano en el bolsillo del pantalón y le di el suelto que llevaba. Después de darme cien veces las gracias empezó a contarme retazos de su vida. Que no era de Granda aunque se había venido de muy pequeña; que vivía muy cerca del paseo y cuando quisiera que preguntase por ella porque allí todo el mundo la conocía. Y me contó cómo fue su boda:


“¡Qué vestido más precioso llevaba! Con una cola grandísima, que pesaba mucho y yo no podía con él ¿sabe usted?, y mi marido me la tuvo que recoger para poder entrar al coche. Me casé aquí, en San Pedro. La iglesia estaba llena de flores ¿sabe usted? Y luego en el convite ¡que precioso todo! Vino mucha gente a verme a la puerta de la iglesia, porque a mi me quiere todo el mundo ¿sabe usted?, las vecinas, la gente del barrio, todo el mundo. Y mi marido alquiló una orquesta que tocaban unas canciones muy bonitas y cuando bailaba yo no podía tirar de
la cola del vestido porque era muy grande ¿sabe usted? Y también me cantaron los tunos porque mi marido les pagó para que me cantaran. ¡Y la tarta! ¡Qué grande y qué hermosa era! Tenía tres pisos ¿sabe usted?....”

Y siguió regalándome pedacitos de su vida y a cada poco volvía a recordar aquel día maravilloso en que se casó en la iglesia de San Pedro y todo el mundo fue a verla.

Al cabo de unas tres horas, cuando regresaba a casa en el minibús del Albayzín, al pasar por el Paseo de los Tristes la vi, sentada al sol, observando a la gente, esperando quizá a otra persona dispuesta a escuchar su particular cuento de hadas y me recordó a la Penélope de Serrat, sin bolso de piel marrón pero con unos calcetines de un blanco inmaculado “porque yo siempre los lavo a mano y los tengo más blancos que la cal”




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Entrañable historia y personaje. Los cuentos de hadas siempre están más cerca de lo que pensamos...

Besos

M dijo...

muy bonita la historia, muy bonito volver a escucharla, en este caso leerla.
no se si te dije que tengo un guion de un cortometraje que es parecido a tu historia... un guión al que le tengo mucho cariño, aunque por el camino que voy (de malo, claro está) no se yo si haré alguna vez...
mil besos

elbuenaviador dijo...

Es muy curioso el caso de Penélope.
Llevo años viendo a dos vagabundas cerca de una plaza en mi casa.
Mi vecina dijo de una que la conocía, que tenía familia y hace años que vive en la calle. Era profesora de literatura y estaba obsesionada con la figura del mendigo. Por ello decidión olvidar su vida, dejarlo todo y ponerse a vivir sin otra cosa que lo puesto.
A mí la historia me pareció absolutamente increible, imposible de que se diera, pero pensándolo bien sería que me dejé llevar por el hecho de que yo no lo haría.
Aunque quién sabe cuánto hay de cierto sobre esa historia...

Todo esto para decir que sí, estoy seguro de que toda la gente que vive en la calle ha llegado ahí por muchos motivos. No puedo evitar pensar y fabular con cuáles fueron...pero nunca pregunto. No me atrevo. Dicen que los mendigos son muy recelosos con su intimidad y sus (pocas) pertenencias.

La historia que te contó era preciosa...¿recuerdos de un tiempo mejor?

Besos desde el aire.

María J. Plaza dijo...

qué nombre tan bonito para un paseo, y qué apropiado a la vez. por la melancolía que denota, me refiero.